el holandaman
i
i
Nuestros padres llegaron a Holanda para quedarse un tiempo, nosotros creíamos que íbamos a quedarnos para siempre. Ya no ser ese migrante o refugiado, ya no estar en movimiento. A ellos les llamaron obreros-huéspedes, solicitantes de asilo o extranjeros-no occidentales. A nosotros nos dieron otro nombre: nuevos holandeses. Nosotros, a nuestro juicio, estábamos integrados. De nuestra cultura original, la de nuestros padres, nos íbamos desentendiendo, y apenas dominábamos el idioma. Hablábamos holandés, soñábamos en holandés. Pero, las exigencias aumentaban.

Ya no me acuerdo cuándo empezó, cuándo empezaron a decirnos “ellos” en vez de “nosotros”. Al principio parecía que en Holanda las cosas se solucionaban de una manera racional, lo que en otros países no podían o no querían hacer. Claro que llevábamos una vida un poco diferente.
Sin embargo, se podría decir que nos habíamos adaptado, como éramos bien educados, exitosos, en breve, ganadores. Durante muchos años hasta creímos que ellos nos consideraban buena gente. Nos permitieron organizar nuestros grupos de baile, construir mezquitas, lucir nuestra comida.
Pero después del 11 de septiembre, tampoco Holanda fue capaz de escaparse del fantasma de la xenofobia. Resultó que nos tenían desconfianza, nos odiaban y consideraban el Islam una religión atrasada. Fracasó la integración, se escuchaba con más frecuencia. Entonces, ¿de pronto fracasé yo también?

Apenas un año después, un tipo que se creía en extremo justo decidió matar el populismo holandés, y entonces salió algo a la superficie que antes nunca se había expresado. Las pequeñas diferencias, que nos honraron, se agrandaron y consiguieron proporciones dramáticas. De pronto se manifestó la existencia de holandeses auténticos, que encima, habían entrado en pánico. Y yo volví a ser ese extranjero.
i i i
el holandaman